HISTORIA
El camino que condujo al descubrimiento del prión comenzó con las investigaciones de las encefalopatías espongiformes transmisibles (EET). En 1967 la científica británica Tikvah Alper y sus colegas del Hospital Hammersmith en Londres, extrajeron tejido del cerebro de una oveja infectada con scrapie. Intentaron tratar químicamente el tejido para aislar un virus, bacteria u otro agente potencialmente causante de la enfermedad. El tejido procesado fue entonces inyectado en una oveja sana para comprobar si la enfermedad era transmisible. La oveja sana contrajo el scrapie, lo que indicaba que el agente infeccioso estaba en el tejido del cerebro enfermo. Por tanto, este experimento mostró que el agente infeccioso podía reproducirse en animales sanos causando la enfermedad. Alper expuso entonces extractos de tejidos infectados con scrapie a radiacción ultravioleta (un tratamiento que normalmente destruye ácidos nucleicos) encontrando que los extractos mantenían su capacidad de transmitir la enfermedad.
Al comienzo de la década de 1980, Stanley B. Prusiner, neurólogo y bioquímico estadounidense que trabajaba en la Universidad de California en San Francisco, encontró que extractos de tejidos similares a los utilizados por Alper no causaban enfermedad cuando se exponían a tratamientos que destruían proteínas. Prusiner concluyó, en un estudio publicado en 1982, que los agentes infecciosos responsables de las encefalopatías espongiformes transmisibles eran proteínas. Prusiner denominó a estas partículas proteicas infecciosas priones y sugirió que las proteínas causaban la enfermedad al replicarse en tejidos del sistema nervioso.
En 1997 el bioquímico Stanley B. Prusiner recibió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina por sus estudios sobre los priones, un trabajo revolucionario y nuevo pero todavía inacabado.

Stanley B. Prusiner